domingo, 31 de octubre de 2010

Consejo


No me pases a buscar con la guitarra al hombro,

no vayamos los dos abrazados en un taxi,

no me beses así, tan suave.

No vayamos a comer y te pidas omelette,

no me convides,

no quiero decirte que es lo más cercano a una escala de un millón de octavas.

No tomes la cerveza como si te enamorara

ese cuerpo amarillo y espeso.

No te rías moviendo los pies y ocultando la cara,

no te bañes, te enjabones

no te duermas,

no quiero decirte que no voy a olvidarme de tus ojos cerrados.


No me abraces, no me pidas te acompañe al supermercado

ni me cuentes las historias de tu infancia,

no me pases la mano por la espalda,

no me digas que querés estar conmigo algunas noches,

no camines sonriendo a la mañana,

no quiero pensar tu nombre.


No te pongas zapatillas,

ni te pongas pantalones,

no cantes,

no quieras comprarle una estufa a tus padres.


No me invites al canal,

ni a tu casa a disfrutar,

no me llames ni me escribas que me estás esperando.

No me hables y me mires con los ojos tan verdes

no enriedes mis pies en tus pies de talco

no me digas “alcanzame una toalla”,

no me abras tu corazón en las noches más oscuras

no me leas un recorte de diario

no te resfríes ni te saques una foto

no me digas que compraste un regalo a tu hijo

no me dejes el asiento en el subte,

ni me comprés jugo de naranja a la mañana

no me pongas un disco

ni me digas cuáles son tus canciones preferidas

no vivas en Barracas ni comamos locro

ni miremos por la ventana,

ni me esperes con ginebra,

ni me sostengas cuando me resbalo,

no te pongas anteojos de sol,

no llores cuando te leo un cuento,

no me incluyas en tus viajes,

ni tampoco en tus proyectos,

no quieras viajar,

no quieras viajar en barco.


No te empecines,

no pierdas la cabeza,

no me enamores sin preguntarme.



Alejandro Balbis.

martes, 19 de octubre de 2010

Punto Final


Cuando nos conocimos, ella me dijo: “Te doy el punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas. Consérvalo, para usarlo en el momento oportuno. Es lo mejor que puedo darte y lo hago porque me mereces confianza. Espero que no me defraudes.” Durante mucho tiempo, tuve el punto final en el bolsillo. Mezclado con las monedas, las briznas de tabaco y los fósforos, se ensuciaba un poco; además, éramos tan felices que pensé que nunca habría de usarlo. Entonces compré un estuche seguro y allí lo guardé. Los días transcurrían venturosos, al abrigo de la desilusión y del tedio. Por la mañana nos despertábamos alegres, dichosos de estar juntos; cada jornada se abría como un vasto mundo desconocido, lleno de sorpresas a descubrir. Las cosas familiares dejaron de serlo, recobraron la perdida frescura, y otras, como los parques y los lagos, se volvieron acogedoras, maternales. Recorríamos las calles observando cosas que los demás no veían y los aromas, los colores, las luces, el tiempo y el espacio eran más intensos. Nuestra percepción se había agudizado, como bajo los efectos de una poderosa droga. Pero no estábamos ebrios, sino sutiles y serenos, dotados de una rara capacidad para armonizar con el mundo. Teníamos con nuestros sentidos una singular melodía que respetaba el orden del exterior, sin sujetarse a él.

Con la felicidad, olvidé el estuche, o lo perdí, inadvertidamente. No puedo saberlo. Ahora que la dicha terminó, no encuentro el punto final por ningún lado. Esto crea conflictos y rencores suplementarios. “¿ Dónde lo guardaste? – me pregunta ella, indignada -. ¿ Qué esperas para usarlo? No demores más, de lo contrario, todo lo anterior perderá belleza y sentido.” Busco en los armarios, en los abrigos, en los cajones, en el forro de los sillones, debajo de la mesa y de la cama. Pero el punto no está; tampoco el estuche. Mi búsqueda se ha vuelto tensa, obsesiva. Es posible que lo haya extraviado en alguno de nuestros momentos felices. No está en la sala, ni en el dormitorio, ni en la chimenea. ¿ El gato se lo habrá comido?.

Su ausencia aumenta nuestra desdicha de manera dolorosa. En tanto el punto no aparezca, estamos encadenados el uno al otro, y esos eslabones están hechos de rencor, apatía vergüenza y odio. Debemos conformarnos con seguir así, desechando la posibilidad de una nueva vida. Nuestras noches son penosas, compartiendo la misma habitación, donde el resquemor tiene la estatura de una pared y asfixia, como un vapor malsano. Tiñe los muebles, los armarios, los libros dispersos por el suelo. Discutimos por cualquier cosa, aunque los dos sabemos que, en el fondo, se trata de la desaparición del punto, del cual ella me responsabiliza. Creo que a veces sospecha que en realidad lo tengo, escondido, para vengarme de ella. “ No debí confiar en ti – se reprocha -. Debí imaginar que me traicionarías.”

Era un estuche de plata, largo, de los que antiguamente se usaban para guardar rapé. Lo compré en un mercado de artículos viejos. Me pareció el lugar más adecuado para guardarlo. El punto estaba allí, redondo, minúsculo, bien acomodado. Pero pasaron tantos años. Es posible que se extraviara durante una mudanza, o quizás alguien lo robó, pensando que era valioso.

Luego de buscarlo en vano casi todo el día, me voy de casa, para no encontrar su mirada de reproche, su voz de odio. Toda nuestra felicidad anterior ha desaparecido, y sería inútil pensar que volverá. Pero tampoco podemos separarnos. Ese punto huidizo nos liga, nos ata, nos llena de rencor y de fastidio, va devorando uno a uno los días anteriores, los que fueron hermosos.

Sólo espero que en algún momento aparezca, por azar, extraviado en un bolsillo, confundido con los otros objetos. Entonces será un gordo, enlutado, sucio y polvoriento punto final, a destiempo, como el que colocan los escritores noveles.


Contado por Mónica Martinez Paz en un cálido rincon de Barcelona, en el marco del Festival "Munt de Mots". Gracias Mónica!

domingo, 10 de octubre de 2010

So nice, so nice, so nice...


paseo otoñal sobre patines por Barcelona. Banda sonora no original: "Diablo débil" de Martín Buscaglia. Octubre 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

El peso de las palabras


...

-Pensaba que no volverías -dije.

-Cada vez que me ves dices lo mismo -me respondió ella riendo. Se sentó, como de costumbre, en un taburete a mi lado y posó ambas manos sobre la barra-. Te dejé un mensaje en el que te explicaba que, por una temporada, no podría venir.

-Por una temporada -repetí- son palabras cuya duración no puede medir la persona que espera.

-Pero quizás haya situaciones en las que sean necesarias, ¿no crees? Casos en los que no se puedan utilizar otras -dijo.

-Y “quizás” es una palabra cuyo peso no se puede calcular.

-Sí, es verdad -admitió esbozando la leve sonrisa de siempre. Una sonrisa parecida a una suave brisa que soplara desde algún lugar lejano-. Tienes razón. Lo siento. No es que intente justificarme, pero no tenía más remedio que usarlas...”



de "Al sur de la frontera, al oeste del sol" (Haruki Murakami).

miércoles, 6 de octubre de 2010

Definición de arte

"…Nadie se sumerge en ninguna aventura esperando resultados mediocres. La gente, pese a tener un chasco nueve de cada diez veces, desea tener al menos una experiencia suprema, aunque sólo sea una vez. Y eso es lo que mueve el mundo. Eso es el arte, supongo.”


de "Al sur de la frontera, al oeste del sol" (Haruki Murakami).