viernes, 21 de octubre de 2011
jueves, 22 de septiembre de 2011
Piropo otoñal
lunes, 8 de agosto de 2011
Cuentan lAs paredes...
"No es tu media naranja; es tu exprimidor".
"No puedo ser la mujer de tu vida, porque ya soy la de la mía".
lunes, 25 de julio de 2011
Saudade
- Esto es divino, pero ¿no te gustaría ir un ratito, solo un ratito para allá... y después volver?
Cuando me lo comentan, yo les sonrío porque los entiendo. A mí todavía me pasa.
viernes, 27 de mayo de 2011
Montevideo a través de los ojos de Ana
- Está gris,
pero es viernes!
a las 20.00 me voy a ver el cierre de un festival de Docus.
Globale.
Esta semana fue más tranquila
porque la semana pasada hubo 3 o 4 paros... jeje
too much!!
mmm...
la grappa es buena
la muzza! es la muzza!
el pan de cada día
casi
la cerveza es rica
mmm...
se escuchan caballos
desde mi cuarto
lástima que van llenos de basura y es gente pobre
pero me imagino que son caballos salvajes que pasean por la capital del Uruguay..."
martes, 17 de mayo de 2011
Yo no soy la luna.
- ¿A qué hora viene la luna?
- Y cuarto.
- El otro día salió en punto.
- La otra noche, querrás decir
- Sí, tenés razón... la otra noche.
- Acompaña la luna , ¿verdad? Parece que te sigue.
- Parece. La luna es de todos.
- ¡Qué regalo!
- Sabía que te iba a gustar
- ¿Qué sabor tendrá?
- Sabor chato
- Sabor creciente
- Menguante
- Cuarto menguante
- Luna llena.
- La luna no falla
- No puede fallar: es como es.
- ¿Vos fallaste alguna vez?
- Yo no soy la luna.
- Por suerte... sinó la tendría tan cerca que no la disfrutaría.
- ¿Vos disfrutás lo que está lejos?
- Tiene otro encanto lo lejano
- ¿Encanto?
- Encanto
- ¿Estamos cerca?
- Tengo la sensación que salimos
- Es infinito
- Tu voz me suena...
- … resuenan las voces...
- ...de tantas veces...
- … a la luz de la luna...
- … Luna
- … Luz.
fragmento "Murga Madre"(teatro); Pablo Routin y Edú Lombardo.
miércoles, 4 de mayo de 2011
viernes, 22 de abril de 2011
Guelcam tu de ferst guorld...
domingo, 3 de abril de 2011
Profesional de la fiesta
miércoles, 2 de febrero de 2011
Mujeres que vuelan
No sé; me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase tan locamente de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma para llevarme volando a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y derrepente en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver de vez en cuando las estrellas!
¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imagina que pueda hacerse el amor más que volando.
Fragmento de "Espantapájaros", Oliverio Girondo
jueves, 27 de enero de 2011
Grandes cuentos en pocas palabras 1
"Amor 77", Julio Cortázar.
martes, 11 de enero de 2011
No hay nada más triste...
La cocina es el punto de encuentro de mi casa en la calle Las Hiedras, por lo menos en invierno. A cualquier hora de la noche nos cruzamos y aprovechamos para preguntar cómo fue el día que está terminando mientras alguno calienta el agua para la bolsa que entibiará su cama, o mientras otro termina con el último bocado de la cena. Y esta vez fue justo cuando terminaba mi omelette improvisado que Ernesto, mientras encendía una hornalla al mango para que el agua se calentara pronto, me comentó:
- Vale, ¿has visto que murió María Elena Walsh?
Mi compañero de piso, madrileño de casi 36 años, doctorado en Física y actual editor de una conocida revista de ciencia, se crió escuchando María Elena Walsh, “sobretodo cuando nos íbamos por ahí de viaje en coche con mis padres y mi hermano”, aunque justo antes me había comentado que este fin de semana se va a Berlín a la fiesta donde su amigo DJ pincha por última vez antes de dejar la ciudad. La mamá de Ernesto, por esas casualidades de la vida y por esas casualidades de ésta ciudad, nació y vivió en Minas, lugar en el que conoció a su papá, un español que se encontraba eventualmente trabajando en ese pueblo del fin del mundo, donde nació la historia de amor que trajo como consecuencia a Ernesto y a su hermano.
Los papás de Ernesto "tenían todos los casettes y los escuchábamos uno detrás del otro... creo que les gustaban más a ellos que a nosotros", comentó quién ahora escucharía con más ganas algún viejo tema del punk español de los 80.
Y mi homenaje frente a la reciente noticia que tituló tantos diarios – incluso a “El País” de Madrid-, empezó al descargarme de internet un disco con una selección de sus canciones más conocidas y echarme en el sofá de casa para saborearlas una a una, sorprendiéndome al descubrirme sabiendo de memoria canciones cuyo nombre no recordaba, y dejándome arrastrar por las notas hasta los recuerdos que encabezan la historia de mi vida.
Y terminó en la cocina con Ernesto, donde escuchamos La Tortuga Manuelita, El Twist del Mono liso, el Gato Confites y El mundo al revés, intercaladas por comentarios y anécdotas aleatorias, canciones que incluso él recordaba más que yo, y que se sorprendió al leer que ella era argentina y no uruguaya.
Ernesto tiene 36 años, pero hoy cuando me palmeó la cabeza, se giró abrazando su bolsa de agua caliente y sonrió justo antes de pasar por la puerta de la cocina, volvió a tener 6.