martes, 18 de agosto de 2009

Más sobre la suerte

jueves, 13 de agosto de 2009

El de la consola


Yo creo que debe de haber un tipo con una consola gigante como las de los estudios de grabación, o como las de los controles de los canales de televisión, pero con miles y miles de perillitas y botones. Este hombre regula la buena y la mala suerte de las personas y el muy hijo de puta, al contrario de lo que quisieron hacernos creer, le importa absolutamente un pepino su trabajo y es un tipo cincuentón que pasa el día echado pa atrás en su sillita de oficina, dejando bien en alto su inmensa cervecera, tan mediocre y tan pelotudo que poco le importa lo que está haciendo, porque el cargo que él tiene goza de inamoviblidad, y está esperando jubilarse para dejar de una vez las perillas y los botones y tirarse en una playa para nunca más volver.

Este hombre en una típica actitud de Homero Simpson en la planta nuclear de springfield, se encarga de que la suerte esté bien repartida en el mundo. Como todos ya sabemos, hace muy mal su trabajo. Y yo creo que ésta sería una buena explicación de las cosas que están pasando. El gordo varía las perillitas para un lado y para el otro, alternadamenete. El tema es que muchas veces se le va la mano, o se entretiene comiendo un pan con grasa y deja tu perillita inclinada para alguno de los dos lados durante mucho tiempo, en el mejor de los casos, para el lado de la buena suerte. Lo mejor es cuando por ahí cebando un mate y con un ligero movimiento de codo, lleva la palanquita de la buena suerte hasta su tope, sin querer, y se distrae leyendo el suplemento deportivo del diario de turno.

Pero llega un momento que se da cuenta, te mira y te ve que estás feliz de la vida, chocha, gozando de tu buena suerte y ahí dice "bueno, la alegría va por barrios, y de éste se está yendo..." y ahí hace un giro de 180 grados y te caga la vida, y todo lo que venía sobre ruedas se entra a trancar y ahí volves a confirmar una vez más, que el gordo existe y que cuando se giró para ponerle más agua al termo vio que ya te tocaba a vos el cambio de carga.

lunes, 10 de agosto de 2009

"La Tregua" pedacito 3: Porque pasaron 50 años y tiene una vigencia innegable

Ocho de la mañana. Estoy desayunando en el Tupí. Uno de mis mayores placeres. Sentarme junto a cualquiera de las ventanas que miran hacia la Plaza. Llueve. Mejor todavía. He aprendido a querer ese monstruo folklórico que es el Palacio Salvo. Por algo figura en todas las postales para turistas. Es casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático. Es tan, pero tan feo, que lo pone a uno de buen humor. Me gusta el Tupí a esta hora, bien temprano, solo hay uno que otro viejo aislado leyendo El Día o El Debate con increíble fruición. La mayoría son jubilados que no han podido apearse de sus madrugones. ¿Seguiré yo viniendo al Tupí cuando me jubile? ¿No podré acostumbrarme a disfrutar de la cama hasta las once, como un hijo de director cualquiera? La verdadera división de las clases sociales, habría que hacerla teniendo en cuenta la hora en que cada uno se tira de la cama.

Se acerca Biencamano, el mozo amnésico, eficientemente cándido y risueño. Por quinta vez le pido un cortado chico con medias lunas, y él me trae un café largo con travistas. Es tanta su buena voluntad, que me doy por vencido. Mientras yo echo los cuadrados de azúcar en el pocillo, él me habla del tiempo y del trabajo. “Esta lluvia le molesta a la gente, pero yo digo:¿estamos en invierno o qué?” Yo le doy la razón, porque es evidente que estamos en invierno. Después lo llama un señor de la mesa del fondo, bastante molesto porque Biencamano le trajo algo que él no había encargado. Es uno que no se da por vencido. O quizá es un mero argentino que vino a hacer su semanal negocito de dólares y todavía no conoce las costumbres de la casa.

En la segunda parte de mi festín, entran los diarios. Hay días en que los compro todos. Me gusta reconocer sus constantes. El estilo de cabriola sintáctica en los editoriales de El Debate; la civilizada hipocresía de El País; el mazacote informativo de El Día, apenas interrumpido por una que otra morisqueta anticlerical; la robusta complexión de La Mañana, ganadera como ella sola. Qué diferentes y qué iguales. Ente ellos juegan una especie de truco, engañándose unos a otros, haciéndose señas, cambiando de parejas. Pero todos se sirven del mismo mazo, todos se alimentan de la misma mentira. Y nosotros leemos, y, a partir de esa lectura creemos, votamos, discutimos, perdemos la memoria, nos olvidamos generosa, cretinamente, de que hoy dicen lo contrario de ayer, que hoy defienden ardorosamente a aquel de quien ayer dijeron pestes, y , lo peor de todo, que hoy ese mismo aquél acepta, orgulloso y ufano, esa defensa. Por eso prefiero la espantosa franqueza del Palacio Salvo, porque siempre fue horrible, nunca nos engañó, porque se instaló aquí, en el sitio más concurrido de la ciudad, y desde hace treinta años nos obliga a que todos, naturales y extranjeros, levantemos los ojos en homenaje su fealdad. Para mirar los diarios hay que bajar los ojos.



Mario Benedetti
La Tregua (1960)