martes, 11 de enero de 2011

No hay nada más triste...


La cocina es el punto de encuentro de mi casa en la calle Las Hiedras, por lo menos en invierno. A cualquier hora de la noche nos cruzamos y aprovechamos para preguntar cómo fue el día que está terminando mientras alguno calienta el agua para la bolsa que entibiará su cama, o mientras otro termina con el último bocado de la cena. Y esta vez fue justo cuando terminaba mi omelette improvisado que Ernesto, mientras encendía una hornalla al mango para que el agua se calentara pronto, me comentó:

- Vale, ¿has visto que murió María Elena Walsh?

Mi compañero de piso, madrileño de casi 36 años, doctorado en Física y actual editor de una conocida revista de ciencia, se crió escuchando María Elena Walsh, “sobretodo cuando nos íbamos por ahí de viaje en coche con mis padres y mi hermano”, aunque justo antes me había comentado que este fin de semana se va a Berlín a la fiesta donde su amigo DJ pincha por última vez antes de dejar la ciudad. La mamá de Ernesto, por esas casualidades de la vida y por esas casualidades de ésta ciudad, nació y vivió en Minas, lugar en el que conoció a su papá, un español que se encontraba eventualmente trabajando en ese pueblo del fin del mundo, donde nació la historia de amor que trajo como consecuencia a Ernesto y a su hermano.

Los papás de Ernesto "tenían todos los casettes y los escuchábamos uno detrás del otro... creo que les gustaban más a ellos que a nosotros", comentó quién ahora escucharía con más ganas algún viejo tema del punk español de los 80.

Y mi homenaje frente a la reciente noticia que tituló tantos diarios – incluso a “El País” de Madrid-, empezó al descargarme de internet un disco con una selección de sus canciones más conocidas y echarme en el sofá de casa para saborearlas una a una, sorprendiéndome al descubrirme sabiendo de memoria canciones cuyo nombre no recordaba, y dejándome arrastrar por las notas hasta los recuerdos que encabezan la historia de mi vida.

Y terminó en la cocina con Ernesto, donde escuchamos La Tortuga Manuelita, El Twist del Mono liso, el Gato Confites y El mundo al revés, intercaladas por comentarios y anécdotas aleatorias, canciones que incluso él recordaba más que yo, y que se sorprendió al leer que ella era argentina y no uruguaya.

Ernesto tiene 36 años, pero hoy cuando me palmeó la cabeza, se giró abrazando su bolsa de agua caliente y sonrió justo antes de pasar por la puerta de la cocina, volvió a tener 6.



2 comentarios:

espejito, espejito dijo...

Escribir bien;

http://ladiaria.com/articulo/2011/1/sin-embargo-aqui-resucitando/

Lu.- dijo...

ay hermana, cuanto te entiendo.