
"Maskerade Bodypainting Festival"
Venlo, Holanda
octubre 2009.
pintura fluo.
allí estuvimos.
seguimos por estos lados... en la tavuel.
ustedes?
“… En las oficinas no hay amigos; hay tipos que se ven todos los días, que rabian juntos o separados, que hacen chistes y se los festejan, que se intercambian sus quejas y se trasmiten sus rencores, que murmuran del Directorio en general y adulan a cada director en particular. Esto se llama convivencia, pero sólo por espejismo la convivencia pude llegar a parecerse a la amistad. En tantos años de oficina, confieso que Avellaneda es mi primer afecto verdadero. Lo demás tiene la desventaja de la relación no elegida, del vínculo impuesto por las circunstancias. ¿Qué tengo yo de común con Muñóz, con Méndez, con Robledo? Sin embargo, a veces nos reímos juntos, tomamos alguna copa, nos tratamos con simpatía. En el fondo, cada uno es un desconocido para los otros, porque en este tipo de relación superficial se habla de muchas cosas, pero nunca de las vitales, nunca de las verdaderamente importantes y decisivas. Yo creo que el trabajo es el que impide otra clase de confianza; el trabajo, esa especie de constante martilleo, o de morfina, o de gas tóxico. Alguna vez, uno de ellos (Muñóz especialmente) se me ha acercado para iniciar una conversación realmente comunicativa. Ha empezado a hablar, ha empezado a delinear con franqueza su autorretrato, ha empezado a sintetizar los términos de su drama, de ese módico, estacionado, desconcertante drama que atosiga la vida de cada cual, por más hombre-promedio que se sienta. Pero siempre hay alguien que llama desde el mostrador. Durante media hora él tiene que explicar a un cliente moroso la inconveniencia y el castigo de la mora, discute, grita un poco, seguramente se siente envilecido. Cuando vuelve a mi mesa, me mira, no dice nada. Hace el esfuerzo muscular correspondiente a la sonrisa, pero las comisuras se le doblan hacia abajo. Entonces toma una planilla vieja, la arruga en el puño, concienzudamente, y después la tira al cesto de papeles. Es un simple sustitutivo; lo que no sirve más, lo que tira al cesto, es la confidencia. Sí, el trabajo amordaza la confianza. Pero también existe la burla. Todos somos especialistas en la burla. La disponibilidad de interés hacia el prójimo hay que gastarla de algún modo; de lo contrario, se enquista y sobreviene la claustrofobia, la neurastenia, qué sé yo. Ya que no tenemos la suficiente valentía, la suficiente franqueza como para interesarnos amistosamente por el prójimo (no el prójimo nebuloso, bíblico, sin rostro, sino el prójimo con nombre y apellido, el prójimo más próximo, el que escribe en el escritorio frente al mío y me alcanza el cálculo de intereses para que yo lo revise y ponga mi inicial de visto-bueno), ya que renunciamos voluntariamente a la amistad, bueno, pues entonces, vamos a interesarnos burlonamente por ese vecino que a través de ocho horas es siempre vulnerable. Además, la burla proporciona una especie de solidaridad. Hoy el candidato es éste, mañana es aquél, pasado seré yo. El burlado maldice en silencio, pero pronto se resigna, sabe que esto es sólo una parte del juego, que en el futuro cercano, a lo mejor dentro de una hora o dos, podrá elegir la forma de desquite que mejor coincida con su vocación. Los burladores, por su parte, se sienten solidarios, entusiastas, chispeantes. Cada vez que uno de ellos le agrega a la burla un condimento, los otros festejan, se hacen señas, se sienten rijosos de complicidad, sólo falta que se abracen y griten los hurras. Y qué alivio reírse, incluso cuando hay que aguantar la risa porque allá en el fondo ha asomado el gerente su cara de sandía, qué desquite contra la rutina, contra el papeleo, contra esa condena que significa estar ocho horas enredado en algo que no importa, en algo que hace hinchar las cuentas bancarias de esos inútiles que pecan por el mero hecho de vivir, de dejarse vivir, de eso inanes que creen en Dios sólo porque ignoran que hace mucho tiempo que Dios ha dejado de creer en ellos. La burla y el trabajo. ¿En qué difieren, después de todo? Y qué trabajo nos da la burla, qué fatiga. Y qué burla es este trabajo, qué mal chiste.”
El domingo cuando me desperté apenas podía caminar y ahí me fui al Hospital Clinic; que si bien es el “Hospital de Clínicas” de acá es más como la “Médica Uruguaya” de allá. Ómnibus como pude y urgencias. A partir de ahí, la odisea típica tanto de la Médica como la del Clínicas. Gente. Ventanillas. Quinto piso. Accidentados. Largas esperas de un lugar a otro. Viejos en la lona que me hacen dar cuenta de que tenga lo que tenga, soy una privilegiada ahí adentro. Las enfermeras se desfilan como en una pasarela. Me ponen en una camilla y miro el techo con tubo luces durante horas. Ese punto de vista me trae recuerdos jodidos, tan lejanos que parecen de una pesadilla.
A todos les parece gracioso que me haya lastimado jugando al futbol. “A ver Maradona” me dice uno. “Maradona no… Forlan! Soy uruguaya!”. También hay una mujer que se lastimó el tobillo jugando al basquetbol con su hijo, y otro pibe que también se lastimó jugando al fútbol. Solo una vieja accidentada en una moto.
Cuando por fin vi a una traumatóloga, se encargó de encontrar cada uno de los puntos donde más me dolía, examinando exhaustivamente y retorciendo mi pata como un trapo de piso. Ahí fue que llegó a la fatal conclusión: distención de ligamento interno y meniscos comprometidos. Zas. Nosé bien de qué mierda se trata, pero suena horrible, de muy pocos amigos. Rayos x y la propuesta indecente; “te tenemos que poner un yeso para inmovilizar la rodilla”, “ve sacando hora para un traumatólogo”, “entre hoy y mañana no te vas a poder mover, pero a partir de pasado ya vas a poder caminar”.
El yeso para mi es una sustancia absolutamente ajena, salvo alguna vez que lo utilizamos para hacer unas máscaras en la colonia de vacaciones del Náutico pero eso no le interesa a nadie ahora. Por lo que me entró un pánico terrible y como un ser humano que soy, me puse a llorar. Ahí llamé a mi hermanito de la vida para que como buen hermano mayor me ayudara a tomar una decisión. Junto a Anna, experta en lesiones de rodilla, me dijeron que no me dejara poner un yeso, que ahí en urgencias eran muy exagerados y que iba a ser extremadamente incómodo. La otra opción era una venda compresiva. Opté por esa, desestimando las recomendaciones de la doctora y las enfermeras. Además, si me ponían un yeso, me dijeron que me tenía que dar unos pinchazos en la panza algo que me parecía absolutamente tortuoso. Descartado el yeso, me hicieron esperar como una hora más como castigo por haberme negado a hacerles la vida más fácil, y al rato me empezaron a vendar cual Tutankhamón. Cuando le dije a la enfermera que me hiciera lo mínimo indispensable porque yo iba a procurar que el traumatólogo me pusiera pronto una ortopedia, me dijo muy dulcemente “acá no hacemos vendajes a la carta”. Molt maca la noia. Con vendas de todo tipo, textura, espesor, terminaron en lo más parecido que se puedan imaginar a un yeso, en cuanto a tamaño y volumen. Y para colmo, tenía que darme la heparina yo solita en mi pobre panza.
Al final me depositaron en una silla de ruedas y Anna y el Chino me llevaron a mi casa. Mi amigo Mario me trajo unas muletas prestadas que dormían en Muntaner esperando que alguien las necesitara.
Y así empezó mi vida de discapacitada, con un poco de dolor y muchísima molestia. Al estar sola, todo cuesta un poco más, desde ir a buscar un vaso de agua, hasta pensar minusiosamente el recorrido para no tener que dar ni un paso de más. Cada mimo, cada ayuda es agradecido eternamente. En realidad no es nada "complicado" si bien voy a tener que estar bastante tiempo para que mi rodilla vuelva a ser la de antes, estoy yendo a trabajar y poco a poco empecé a subirme al ómnibus para dejar los taxis que ya no estoy pudiendo pagar. Podía haber sido mucho peor, haberme roto definitivamente los ligamentos y los meniscos, pasar por quirófano y todo ese tipo de disparates que no me quiero ni imaginar. Salió barato. Al fin y al cabo la vida se ríe de nosotros y nos demuestra que no nos tenemos que quejar, porque las cosas siempre se pueden complicar un poquito más.
Devolvele la guita al taxista
Un taxista de La Plata encontró 130.000 pesos argentinos en una mochila que se olvidó una pareja de pasajeros y los devolvió a sus dueños. Por su actitud honesta y porque no recibió nada a cambio de su acción, un grupo de personas abrió un sitio en internet para donarle bienes y servicios.
Según explican los administradores de www.devolvelelaguitaaltaxista.com el sitio “es sólo otra buena acción para reconocer a un tipo honrado y laburador que hizo lo correcto. No tiene ningún fin comercial” sino de agradecimiento. Por eso “si tenés un restaurant, regalale una cena; si tenés un local de ropa, una orden de compra; si sos plomero, regalale una reparación; si sos mecánico, un service para el tacho. Lo que se te ocurra. Y así, entre todos, podremos devolverle al taxista las 130 lucas que él devolvió”.
Santiago Gori, el tachero que encontró el dinero el 22 de abril y lo devolvió, no vive en las mejores condiciones, según consignaron diarios argentinos como Clarín y La Nación.
Cerca de las nueve de la noche de ese día, un matrimonio se subió a su taxi le pidió que los llevara hasta la intersección de las calles 48 y 3, en La Plata. La pasajera que se subió después que ellos fue la que le avisó a Santiago que había una mochila en la parte trasera. Cuando la mujer se bajó, el taxista la abrió y encontró fajos de pesos argentinos y dólares, por un valor de 900.000 pesos uruguayos.
“'Esto no es mío', dice el conductor en voz alta. Piensa en su casa a medio terminar, en el crédito que le resta pagarle al banco para completar la licencia del taxi, en su esposa desde hace 27 años y sus hijos de 27 y 22. Y sin embargo fue directo a devolver el bolso”, publicó el sitio que promueve las donaciones.
Buscó en el bolso y encontró un documento de identidad. Después fue a su casa, miró la guía telefónica y encontró a esa persona, que era la prima del dueño de la mochila. Cuando Gori finalmente logró comunicarse con Carlos Tunieriello, éste se encontraba realizando la denuncia en la comisaría.
Se acercó con su familia hasta el lugar y devolvió el dinero frente al comisario, que le agradeció el gesto honesto. Tunieriello le dijo que era “un santo” y se fue. Así, Gori volvió a su casa “con las manos vacías pero con la conciencia limpia”, continúa el sitio.
Según La Nación, el artículo 2533 del Código Civil argentino, “reconoce que el que encuentra una cosa perdida tiene derecho a una recompensa por ese hallazgo”. Como Gori no recibió nada, la gente se ha mostrado solidaria en la web. Hasta el momento, personas que no lo conocen le han regalado al taxista 123.369 pesos argentinos (unos 830.000 uruguayos) en bienes o servicios.
Entre los regalos y donaciones hay pizzas, monitores, camisetas de clubes de fútbol, cortes de pelo, adhesivos y carteles electrónicos para el taxi, arreglos de computadora, un día de spa, depilación definitiva, bicicletas, órdenes de compra, asesoramiento legal, plantas, ropa, entradas, beca para sus hijos en un taller de teatro y un viaje por todo el sur de Argentina.
http://www.180.com.uy/articulo/Devolvele-la-guita-al-taxista
El primer contacto que tuve con la muerte lo recuerdo gracias a una anécdota que me contó mi madre. Cuando tenía entre 3 y 4 años me regalaron mi primera mascota. Era un pez. Vivió lo que vive un pez en una pecera en Mar Antártico, hasta que un día mamá lo encontró flotando en la superficie. Como primera hija, primera sobrina y primera nieta de la familia, nadie sabía cómo era que había que presentarle la muerte a una niña. Que se fue, que no lo vamos a ver nunca más. No lo iba a poder comprender y cualquier paso en falso podría generarle un trauma para el resto de su vida.
Mi hasta entonces inexperiente madre, para que cuando al volver de la escuela no me encontrara con la implacable imagen de un pescado flotando en la superficie de una triste pecera, la vació y colocó el pececito muerto en una caja de fósforos para vivir junto a mí mi primer ritual de un entierro y me esperó para darme la noticia. Llegué de la escuela como cada día y me senté a merendar. Rato después descubrí que la pecera estaba vacía.
La angelical Valentina de escasos centímetros le preguntó a su madre qué había pasado. “Vale, el pececito no está más con nosotros: se murió y se fue al cielo…”. Valentina la escuchaba atentamente con los ojos bien redondos mientras su mamá con toda la dulzura del mundo trataba de transmitir de la forma menos dolorosa la idea más dolorosa y definitiva de todas.
Luego de un silencio, su hija le pregunta. “¿Y donde está el pececito, mamá?”. Y mamá responde “En ésta cajita. Lo guardé así hacemos un pocito y lo enterramos en el fondo”.
Valentina le contesta “¡Ay mamá, qué asco… tirá eso por el water!”
Antes de irme de Montevideo, una persona que me conoce lo suficiente me dijo: “Vale, vos te vas ahora y va a volver otra persona. Éste viaje que vas a hacer te va a cambiar tanto que cuando vuelvas, ya no vas a ser vos”.
Este comentario no tenía ninguna connotación negativa, y en el momento no lo entendí, y hasta me enojé diciendo que me parecía una pavada y que siempre voy a seguir siendo la misma y que ese cliché de “los viajes te abren la cabeza” me tenían harta y los encontraba bastante prediseñados y pelotudos.
Con el correr de los días, los meses (ya van 6, parece mentira…) empecé a entender el verdadero significado de ese comentario, que no me voy a poner a explicar acá porque no creo que pueda encontrar las palabras que se acerquen a describir lo que quiere decir.
La realidad es que estoy cambiada en varios aspectos y paso explicar el lado más frívolo y superficial del cambio, el más fácil y el más evidente de notar. Luego del fracaso amoroso públicamente conocido, como soy tan sanita, canalicé mi angustia con la comida; nada de cigarrillos, alcohol u otros vicios refugio de grandes penas. Tengo por lo menos 5 kilos de más y si no se nota, ahórrense la cortesía: es que solo pongo las fotos donde no se nota mi patético sobrepeso. Tengo hambre todo el día y la sensación de saciedad la perdí hace mucho tiempo, no dejo de comer hasta que me empiezo a sentir mal de lo llena que estoy. Cualquier cosa sirve: galletitas, pan con queso, leche condensada, todo me viene bien.
Estoy adicta al facebook: luego de meses de oponer resistencia ya que no me interesa estar metida en el chusmerío diario y esto de estar contando qué estoy haciendo, por la necesidad de ver la fecha de cumpleaños de una amiga que no podía encontrar en ningún lado y me daba vergüenza reconocerle que me había olvidado, parí a mi usuario con mi nombre y mi apellido. El hecho es que sí, no lo cerré y empecé a vivir este mundo del que voluntariamente había decidido quedarme por fuera. Entonces descubrí que sí, que me interesa saber TODO de gente que por temas técnicos no puedo llamar todos los días ni de arreglar para tomar una en la rambla. Me interesa a donde van, qué hacen, quienes tienen como amigos, y sobre todo, si subieron alguna foto. No quiero extenderme más porque mi relación con el facebook amerita un post aparte.
Me fanaticé con Sex and the city: yo que jamás pude esbozar una sonrisa mirando (poquísimas veces y durante escasos minutos) “Friends”, ahora no puedo parar de fijarme cuándo lo pasan denuevo y quedo con temblequeos cada vez que termina un escueto capítulo, porqué será que son tan cortos? Para dejarnos en lo mejor con ganas de más?
También he adquirido nuevos hábitos con respecto a la comida: un café con leche después de almorzar. Sé que es raro, nunca lo había hecho, pero me acostumbré y es típico catalán. También uso jabón líquido en vez de jabón en barra. Cuando llegué a Barcelona con mi jabonera amarilla, vi que en las duchas de la gente en vez de una barrita resbalosa en un azulejo, existen frascos grandes de diferentes jabones perfumados en formato líquido. De la misma forma, esponjas de esas que son como red ofician de aplicador. Me divirtió la idea y así fue que me compré mi Palmolive “olor a verano” que denominé por su evocación al agosto. Se me terminó hoy y voy a ver si cambio de fragancia para una más invernal.
Por último lo más predecible: se me pegaron un montón de palabras y frases de acá. Creo que la primera fue móvil en vez de celular, y no me resistí al cambio cuando por acá me preguntaron “porqué le dicen celular”. No supe qué responderle.
De todas formas no se asusten o no se hagan ilusiones, a pesar de estos nuevos hábitos o nuevas formas de conducta y de otras revoluciones menos tangibles, hay cosas que no cambian ni cambiarán nunca.